Quizas, seria bueno poder vernos desde fuera tal como somos por dentro. Mejor dicho, tal como estamos por dentro. Para poder apreciarnos en toda nuestra belleza y valor, para poder amarnos de forma sincera por todo aquello tan valioso que llevamos con nosotras mismas y que podemos aportar al mundo que nos rodea. Para amarnos por todas esas cualidades tan fantásticas y tan únicas que nos diferencias de los demás.
Y también, para poder preguntarnos ¿Cómo me he podido hacer esto? ¿Cómo me he permitido llegar a este punto?.
Sería bueno vernos, poner frente a nosotras nuestras expectativas frustradas, nuestros anhelos no cumplidos, los sueños abandonados en el camino, solo porque en algún momento esperamos que fueran otros los que los hicieran realidad, sin ver que somos nosotras mismas las que debemos tomar fuerte las riendas de nuestra vida y conducirnos, sanas y salvas, hasta nuestra meta final. ¿Porqué se da este triste caso?
Casi siempre la respuesta es la misma: Olvidamos nuestra intuición y nos perdemos de vista.
El ser humano no deja de ser un animal y como tal, la intuición es un arma más que necesaria para poder caminar en este plano físico. Es quien nos advierte, para bien y para mal, sobre la persona que tenemos ante nosotros. Nos habla de nuestras necesidades profundas, de lo que es bueno para nosotras y de lo que es malo, de cual es nuestro lugar y nuestra manada. Llegado el caso, nos dice incluso, cuando hemos llegado a nuestro destino y cuando debemos abandonar el barco.
En este tiempo tan tecnológico, tan material y tan lógico, tan de la razón, hemos despreciado la mejor y más potente herramienta que tiene cualquier animal para salvar su vida. Todo aquello que nos avisa y advierte, como son los sueños, los presentimientos o las corazonadas, está denostado y se esconde y se anula como algo vergonzoso o ridículo, en el mejor de los casos. Hemos hecho mal, pero se puede poner remedio.
Siempre se esta a tiempo de pararse un segundo a reflexionar, descansar, tomar aire y comenzar una nueva vida.
Siempre.
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